Sociedad

Las guerras del siglo XX: una historia de ruptura entre el hombre y su entorno

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Daniel Hubé, BRGM

Hacer la guerra es una actividad humana muy antigua y violenta; un uso de la fuerza, generalmente armada, entre varias comunidades organizadas, clanes, facciones o Estados para obligar a la parte contraria a someterse a su voluntad. Es, según la definición del teórico de la guerra Carl von Clausewitz, “un acto de violencia cuyo objeto es obligar al adversario a doblegarse a nuestra voluntad”. En este sentido, “la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios”, “un choque de voluntades y medios”.

Como se libra sobre el terreno, y más en general en los espacios –el “teatro de las operaciones”–, la guerra tiene su propio entorno con el que mantiene relaciones múltiples y cambiantes: lo modifica a medida que se desarrolla.

Los militares han buscado desde el principio sacar provecho táctico del entorno para la ejecución de las operaciones militares, siempre analizando lo que es beneficioso o perjudicial para las mismas.

Impactos que van in crescendo

Históricamente, los cambios medioambientales asociados a los enfrentamientos armados fueron locales y superficiales durante mucho tiempo, limitándose los combates a zonas geográficas restringidas, durante cortos periodos de tiempo y con la participación de un número limitado de combatientes que utilizaban principalmente armas blancas o armas de fuego portátiles y una artillería rudimentaria sin proyectiles explosivos.

Durante mucho tiempo, la guerra se libró mediante “incursiones en territorio enemigo”, mediante emboscadas.

Pero la magnitud y la diversidad de las consecuencias medioambientales de la guerra no han dejado de aumentar con el incremento de la violencia bélica, el tamaño de los ejércitos implicados y, sobre todo, la potencia de las armas, que también se han diversificado y especializado.

Un primer umbral en la brutalidad de la guerra se cruzó con las guerras napoleónicas del siglo XIX, que inauguraron la masificación de la guerra, con los primeros enfrentamientos a gran escala entre ejércitos nacionales cuya mano de obra procedía en parte del servicio militar obligatorio.

La tecnificación de la guerra, iniciada a finales del siglo XIX bajo el impulso del progreso tecnológico y del armamento, y la utilización masiva de este arsenal de potencia sin precedentes, marcaron con la Primera Guerra Mundial (1914-1918), conocida como la Gran Guerra, la entrada en la era de la guerra mecanizada moderna.

La Gran Guerra, un momento decisivo

La Gran Guerra supuso la primera ruptura antropológica en la relación entre el ser humano y su entorno, que nunca antes se había visto tan profunda y permanentemente alterada en tan corto espacio de tiempo. A partir de entonces, la guerra se convirtió en un factor de antropización de los entornos.

Esta guerra, de una violencia medioambiental sin precedentes, fue total, ganada o perdida en el frente o en la retaguardia invirtiendo también todos los compartimentos del medio ambiente: el aire, los mares, el suelo y el subsuelo, las llanuras y las montañas.

Niña frente a proyectiles.
Niña frente a un montón de proyectiles abandonados, en Chavignon (Aisne). Archives départementales de l’Aisne, cote FRAD002_2Fi_Chavignon_4, Author provided (no reuse)

Fue también un punto de inflexión en el acto bélico. La mayor de todas las guerras de máquinas y materiales, dominada en gran medida por la artillería, también fue incorpórea: nos matamos a distancia sin vernos. La Gran Guerra fue la catástrofe inaugural de un siglo XX bárbaro.

Durante las dos guerras mundiales, la huella medioambiental, cuando es conocida y sobre todo visible, fue una consecuencia colateral de la contienda: el combatiente era el objetivo, no el entorno en el que se desenvolvía.

Vietnam, el medio ambiente en el punto de mira

Fue con la guerra de Vietnam (1955-1975) y la Guerra Fría cuando el medio ambiente se convirtió en objetivo deliberado de la acción militar para desalojar al combatiente.

La invisibilidad defensiva del soldado de la Gran Guerra en sus trincheras dio paso, en batallas cada vez más tecnológicas, a tácticas basadas en la hipervisibilidad del enemigo mediante la eliminación de elementos ambientales susceptibles de ocultarle: cámaras térmicas contra la oscuridad, agentes defoliantes y un manto de bombas contra la selva en Vietnam, el uso de fósforo blanco para quemar bosques durante la guerra de 2020 en Nagorno-Karabaj… Todo porque el ojo electrónico del avión no tripulado necesita ver para disparar.

Pero fue también en Vietnam donde los efectos medioambientales de la guerra se hicieron brutalmente visibles para millones de telespectadores y lectores.

El nacimiento del ecocidio

El nombre y el concepto de ecocidio nacieron de esta toma de conciencia, en el contexto más amplio de las críticas a la intervención militar estadounidense en Vietnam.

En Ecocide in Indochina (1970), Barry Weisberg lo define como una estrategia destinada a destruir al enemigo, en parte atacándolo, pero también atacando todo su entorno natural, aquello que le permite sobrevivir.

Las secuelas medioambientales de la guerra son una realidad inequívoca. La magnitud y la tipología de estos cambios están estrechamente ligadas a la intensidad de los combates, a su densidad (la violencia de los combates en una zona geográfica restringida), a su dinámica (la evolución espacial y temporal de los campos de batalla), a la potencia de las armas y a los compartimentos medioambientales ocupados por las fuerzas armadas (suelo, subsuelo, agua y aire).

Pocos fenómenos geomorfológicos, ya sean estrictamente geológicos y/o biogeomorfológicos –la acción de los organismos vivos sobre el paisaje–, son capaces, como la guerra moderna, de modificar y perturbar de forma duradera el medio ambiente en un periodo tan corto y con tal magnitud.

Consecuencias aún poco conocidas

Los estudios medioambientales e históricos para establecer vínculos entre los cambios en el estado normal del medio ambiente –o incluso la contaminación– y los grandes conflictos armados siguen siendo locales, irregulares y aún incipientes.

Persona agachada en un claro.
Muestreo de suelos superficiales ennegrecidos por los residuos de la quema de municiones químicas alemanas, 2016. Un ejemplo de la grave e impresionante contaminación del suelo relacionada con la destrucción de restos de guerra y explosivos al final de la Gran Guerra. Ian Alderman, Author provided (no reuse)

Hoy, apenas nos estamos dando cuenta de la importancia de los más de cien años de huellas dejadas por la Primera Guerra Mundial en los suelos y aguas subterráneas, mientras Europa se ve sacudida desde el 24 de febrero de 2022 por un conflicto interestatal de alta intensidad y de una brutalidad nunca vista desde la Segunda Guerra Mundial. Una guerra de agresión de Rusia contra un Estado soberano, Ucrania, con una fisonomía que creíamos relegada al pasado.

Daniel Hubé, Ingénieur environnementaliste, BRGM