¿Por qué dice la OMS que lo peor está por venir?
Salvador Peiró, Director del área de Investigación en Servicios de Salud FISABIO, Fisabio
Lo peor está por venir. La frase es de Tedros Adhanom Ghebreyesus, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), y fue pronunciada el pasado 29 de junio, seis meses después de que la OMS recibiera la primera notificación sobre la aparición de un nuevo virus que causaba neumonías atípicas en Wuhan (China). Seis meses que dejaban detrás más de 10 millones de casos confirmados, medio millón de muertos y tocadas las economías de prácticamente todos los países. Sólo una semana después, los casos confirmados han aumentado en más de un millón y los fallecidos suman 25 000 personas adicionales.
Lo peor está por venir. Probablemente no le faltaban motivos para el dramatismo al director general de la OMS. La pandemia arrecia en la región de Latinoamérica y Caribe, que ha pasado de 40 000 casos diarios a primeros de junio a más de 60 000 a primeros de julio. Con Brasil, México y, a mucha distancia, Perú y Chile como los países que más casos confirmados aportan. Sólo Brasil y México acumulaban –a primeros de julio– 1,8 millones de casos confirmados y casi 92 000 fallecidos. Y las cifras crecen mientras ambos países inician desescaladas.
Estados Unidos, que parecía ir doblegando lentamente la curva de contagios durante el mes de mayo y principios de junio (de 32 000 casos diarios a principios de mayo a 21 000 a primeros de junio), experimentó un nuevo y rápido repunte en junio y supera los 45 000 casos diarios en los últimos días.
No sorprende que Estados Unidos y Brasil, dos países con emblemáticas presidencias “negacionistas” que representan el 7 % de la población mundial, hayan aportado el 36 % de todos los casos confirmados y el 39 % de los fallecidos del planeta.
Tampoco sorprende que en pleno ascenso de la curva epidémica estén embarcados en contradictorios procesos de desescalada. En su intervención del 29 de junio, y aun sin nombrarlos específicamente, Tedros hacía gravitar buena parte de ese “lo peor” en las erráticas estrategias de afrontamiento de la pandemia por parte de estos y algunos otros países.
En otras regiones del mundo, y todavía muy lejos de las cifras de Estados Unidos y Brasil, los casos confirmados también crecen. Asia supera ya los 50 000 nuevos casos diarios, arrastrada sobre todo por la India (más de 20 000 casos diarios). Rusia, camino de los 700 000 casos acumulados, parece haber iniciado un descenso en la curva de contagios y su mortalidad declarada –como también sucede en Asia– es muy inferior a las registradas en el oeste de Europa o Estados Unidos. También en el Golfo Pérsico las cifras van en ascenso.
Y, por si fuera poco, todos miramos con enorme desasosiego la gran incógnita africana, con cifras de transmisión todavía bajas pero en constante aumento. A la escasez de recursos sanitarios y las dificultades obvias para el confinamiento en África, una expansión de la pandemia en este continente desviaría los recursos de salud pública y atención sanitaria de otros problemas de salud y otras epidemias igualmente graves.
Europa y el invierno
Europa también mira con recelo el próximo invierno. Pese a que –con alguna excepción– los países europeos han controlado la primera oleada, los servicios sanitarios continúan en constante tensión por los sucesivos brotes locales, algunos de gran magnitud. Si tendrán capacidad para contener una segunda oleada sin necesidad de recurrir a los confinamientos generalizados es otra gran incógnita.
Vivir y poder vivir. El Dr. Tedros no se refería en su intervención al impacto de la crisis económica en la salud de las poblaciones. Pero está ahí y promete ser devastador. Especialmente grave en una África muy endeudada y que ya afronta una importante depreciación de las materias primas por la caída mundial de la producción industrial. Tampoco será fácil en los países desarrollados. Menos fácil si se acrecientan, como parece, las pugnas entre Estados Unidos, China, Rusia y Europa.
Lo peor esta por venir. Aparentemente una profecía que quizás no requiere grandes profetas. Pero la frase no era tanto la predicción de un futuro ineludible como un llamamiento a trabajar para evitar o, al menos, reducir ese “lo peor”. Un llamamiento a no bajar la guardia y a esforzarse aun más en el control de la pandemia. Lo peor estará por venir, pero puede ser mucho “menos peor” con esfuerzo y solidaridad. Mucho menos peor cuanto menos peores seamos.