Política

Protasevich: el disidente bielorruso cuya rebeldía enfureció al último dictador de Europa

Protasevich: el disidente bielorruso cuya rebeldía enfureció al último dictador de Europa
Roman Protasevich es detenido en un mitin en Minsk en marzo de 2017. EPA-EFE/Tatyana Zenkovich

Jennifer Mathers, Aberystwyth University

Roman Protasevich no parece una gran amenaza para el último dictador de Europa. Este joven de 26 años nunca ha sido elegido para un cargo público ni se ha presentado como candidato. Sin embargo, el régimen de Alexander Lukashenko considera que lo que ha hecho este bloguero y ganador del premio Sájarov a la libertad de conciencia del Parlamento Europeo es muy peligroso: Protasevich ha contribuido a que el mundo conozca el movimiento prodemocrático de Bielorrusia.

El periodista y activista bielorruso regresaba a su casa en Lituania cuando su vuelo de Ryanair fue desviado de su ruta con el pretexto de una alerta de seguridad y “escoltado” hasta el aeropuerto de Minsk por aviones militares. Quedó claro que Protasevich era el objetivo de esta operación cuando la policía lo detuvo junto con su novia rusa, Sofia Sapega, estudiante de Derecho, antes de permitir que se reanudara el vuelo.

Nexta, el canal en la plataforma social Telegram que Protasevich cofundó y dirigió anteriormente, se ha convertido en una de las principales herramientas del movimiento de resistencia bielorruso que se desarrolló desde las disputadas elecciones presidenciales del verano pasado en las que Alexander Lukashenko se proclamó vencedor. Los defensores de la democracia utilizan el canal para informar a sus seguidores de los detalles de las protestas, así como para dar a conocer informes e imágenes de brutales ataques a los manifestantes por parte de los servicios de seguridad.

En Bielorrusia, el control gubernamental de los medios de comunicación, tanto digitales como tradicionales, es cada vez más estricto. La semana pasada Minsk bloqueó la web independiente de noticias tut.by, el medio de comunicación no gubernamental más popular del país. El lunes se anunciaron nuevas restricciones a los periodistas, entre ellas la prohibición de cubrir en directo las protestas no autorizadas y de organizar o participar en los “actos de masas” sobre los que informan.

El hecho de que Nexta tenga sus oficinas en Polonia significa que Minsk no ha podido cerrarlo hasta ahora. Pero, como descubrió Protasevich el domingo, el régimen de Lukashenko está dispuesto a romper la legalidad internacional para atrapar, castigar y silenciar a quienes le desafían. Existen serios interrogantes sobre la seguridad de las principales figuras de la oposición bielorrusa que viven en el exilio, especialmente Svetlana Tikhanovskaya, la mujer considerada como la verdadera ganadora de las elecciones presidenciales de agosto de 2020.

Una de sus estrategias es reunirse con líderes mundiales para mantener el movimiento prodemocrático en la agenda internacional y presionar para que se tomen más medidas contra Lukashenko. La detención de Protasevich deja claro que viajar, incluso entre países democráticos, supone un riesgo considerable para todas las figuras de la oposición bielorrusa. La forma de su detención sirve de cruda advertencia de que no hay refugio seguro para los opositores a Lukashenko.

Temores de seguridad

Cuando estaba claro que el vuelo de Ryanair iba a aterrizar en Bielorrusia, Protasevich se dirigió a un compañero de viaje y comentó que esto acabaría con su ejecución. No exageraba. Su nombre ha sido incluido en una lista de terroristas por las fuerzas de seguridad del Estado, y la pena por delitos terroristas en Bielorrusia es la muerte.

Las cárceles de Bielorrusia son un lugar peligroso para cualquier persona detenida por delitos políticos, independientemente de los cargos que se le imputen. Los manifestantes que han pasado tiempo detenidos han sido sometidos a graves abusos físicos, incluidas torturas y violaciones. Otros mueren en circunstancias sospechosas.

La semana pasada, Vitold Ashurak, miembro del partido opositor Frente Popular Bielorruso, habría sufrido un infarto mortal mientras cumplía una condena de cinco años de prisión por participar en las protestas.

Los preocupantes informes sobre el estado de Protasevich empezaron a aparecer sólo unas horas después de su detención. La madre del periodista recibió mensajes de que su hijo había sido hospitalizado por problemas cardíacos. Su historial médico daba cierta credibilidad a estos mensajes.

Sin embargo, el lunes por la noche, un breve vídeo de Protasevich apareció en un canal de Telegram favorable al régimen. Con un aspecto tenso y lo que parece ser un hematoma en la cara, el periodista negó haber sufrido malos tratos o problemas de salud y afirmó estar cooperando con las autoridades, incluso confiesa haber organizado “disturbios masivos” en Minsk.

Tikhanovskaya también apareció en un vídeo de tipo “rehén” haciendo una confesión igual de poco convincente poco antes de huir de Bielorrusia en agosto de 2020. Tikhanovskaya confirmó más tarde que su vídeo había sido grabado coaccionada mediante amenazas a su familia.

La atención se ha centrado, comprensiblemente, en las medidas que la UE y otros podrían tomar contra Lukashenko, pero también es importante centrarse en lo que este último episodio revela sobre la política en Bielorrusia.

Aunque pueda parecer que Lukashenko tiene todas las cartas en la mano, los extremos a los que está dispuesto a llegar el régimen para atacar a sus críticos son un signo de fragilidad más que de fortaleza. Un líder político que controla plenamente la sociedad no necesita secuestrar un avión para raptar a un joven bloguero. La insistencia del régimen en acabar con cualquier manifestación de disidencia, por pequeña que sea, solo se ve igualada por la determinación y la resistencia de la gente de a pie, que sigue burlándose y desafiándolo.

Aunque la represión y la violencia han permitido hasta ahora que Lukashenko siga aferrado al poder, al parecer están surgiendo grietas dentro de las fuerzas de seguridad, que son su herramienta definitiva contra la oposición. Cada vez está más claro que a este régimen le queda poco que ofrecer que sus electores encuentren atractivo.

Jennifer Mathers, Senior Lecturer in International Politics, Aberystwyth University

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.